El papel es mi diván

martes, 7 de octubre de 2008

La luz atravesaba las paredes del modo más espectacular, hermoso y apocalíptico. La anciana tomó a la niña entre sus brazos, como si estos pudiesen proteger de modo alguno a su nieta del calamitoso echo que estaba por ocurrir, por más frágiles y derruidos por el tiempo que estuvieran. La anciana lloraba, suplicando en silencio a algún dios, al dios de turno, por que no doliese mucho.
Pero la niña ni se mosqueaba. La niña no tenía miedo. La niña no lloraba, no gritaba. Tampoco estaba ansiosa, ni feliz, ni curiosa. Su rostro estaba tan vacío, tan neutro, que sólo la rosadez de sus mejillas delataban su vida, como una peqeña chispa en el medio de un iceberg.
Ahí encarcelada por esos temerosos brazos sobreprotectores sólo tenía ansias de libertad. Quería, nada más, intentar vivir por ella misma sus últimos minutos.
Sin que nadie en la choza pudiese predecirlo, la niña rompió la coraza.
La anciana gritó, la madre se agazapó incrédula en el suelo, el padre soltó al bebé de los brazos...
La niña rió. Rió como nunca lo había hecho. Una risa profunda, sincera, pura y elemental. Una carcajada de libertad. Una risa propia...
Y luego estalló la esperada explosión



16/2/07

1 comentario:

LuXy dijo...

Hola !! soy nueva por aquí, y pasaba viendo blogs, y me ha gustado mucho todo lo que has escrito.

Espero poder leer las siguientes entradas que escribas.


bye ^_^