El papel es mi diván

lunes, 20 de octubre de 2008

.Eyeholes in a paper bag.

Sonreís y te atascas sorprendido en la muchedumbre.
Derramás tu propio cuerpo y te autolesionás creyendo escapar así del reconcilio.
Por qe te aterras de vos mismo? Sos una bestia en un cuerpo de mounstruo.
Y no lo podés evitar.
Creer, escapar, olvidar, sobrepasar, temer, llorar, mirar, sonreir, amar, soñar, odiar, vivir, seguir, caminar, demoler, luchar, comprimir, construir, morir, revivir, CONTINUAR.

jueves, 9 de octubre de 2008

Pocas cosas podían confundirme como las imágenes qe él creaba en mi mente con sus palabras. Estaba en una habitación negra, con una tarima acortinada, llegué y miré a mi alrededor, el sólo echo de su presencia me descolocaba las neuronas, o mejor dicho; las ubicaba en su sitio. Entre y una oleada de cariño inundó mi cuerpo. Miré a mi alrededor, toda esa gente que conocía apenas desde hacía unos meses e incluso no había hablado con algunas de ellas, me provocaron mayor bienestar del que poca gente podía jactarse de entregarme. Esa gente ahí reunida, en la habitación negra, eran la gente a la que había decidido entregar mi afecto ese día. Por qe se respiraba en el aire un aroma qe inundaba mis sentidos dejándome casi literalmente feliz, feliz como pocas veces en mi vida. Pensé en ellos y me abrazé a la idea abstracta que ellos representaban en mi cabeza, qizá no hubiese sentido lo que sentí a no ser por la precencia de aquel hombre. Pero ahí estaba, cuando comenzó a hablar, cuando dijo con tres palabras no tan poéticas cosas que nos llevaron a todos hacia otro lugar. Derrepente la tarima en la que estaba sentada ya no era un tarima, era un precipicio, de repente el color negro de las paredes y el suelo se transformo en un color ocre, y el tibio tacto de la madera que tenía bajo mis manos se volvió de pronto una tierra arenosa. Me volví a mi alrededor, pero ya no estaban más esos amados compañeros, ahora sólo podía ver gigantes arañas monstruosas, y el enorme precipicio sobre el cual estaba sentada. Antes de que pudiese detenerme a pensar mi situación, miré hacia abajo. Arrepentida corrí mi vista del acantilado, y este comenzó a crecer. Crecía, yo me paré y corrí, la música sonaba acorde a mi respiración, y el golpe de las palmas iban al compás de mis pasos apurados. Miré hacia el gran agujero creciente, su tamaño seguía en aumento, y me empujaba hacia las gigantescas fieras boraces. Esqivé una que apareció a un lado mío. Corrí caminando, hasta que me agazapé al suelo, ahora los temerarios arácnidos eran bisturíes ensangrentados, tomados por los hilos de una marioneta. se acercaban a mí, casi alr raz del suelo, y el precipicio seguía creciendo. Me oculte en una oscura guarida, y derrepente noté a alguien a mi lado. No pude ver al sujeto, estaba tan oscuro! eso no hacía más que empeorar las cosas. pero supe que no era un enemigo, estaba igual o más de asustado que yo, y su respiración era más complicada que la de mis esforzados pulmones asmáticos, le tomé la mano, y toqué sus piernas con las mías. Las espantosas arañas reaparecieron, se acercaron a mí, y yo cerré los ojos aún con más fuerzas, apretujándome al contorno de mi nueva compañera, suspiré aliviada cuando se fue. La odisea continuó durante un rato, hasta que exhausta, volví a mi guarida para dormir. Y dormí. Dormí y pensé en la más hermosa de las imágenes. Pensé en mi nueva esperanza, pensé en mi nuevo sueño, en mi nuevo impulso feliz.
ITheatre

martes, 7 de octubre de 2008

La luz atravesaba las paredes del modo más espectacular, hermoso y apocalíptico. La anciana tomó a la niña entre sus brazos, como si estos pudiesen proteger de modo alguno a su nieta del calamitoso echo que estaba por ocurrir, por más frágiles y derruidos por el tiempo que estuvieran. La anciana lloraba, suplicando en silencio a algún dios, al dios de turno, por que no doliese mucho.
Pero la niña ni se mosqueaba. La niña no tenía miedo. La niña no lloraba, no gritaba. Tampoco estaba ansiosa, ni feliz, ni curiosa. Su rostro estaba tan vacío, tan neutro, que sólo la rosadez de sus mejillas delataban su vida, como una peqeña chispa en el medio de un iceberg.
Ahí encarcelada por esos temerosos brazos sobreprotectores sólo tenía ansias de libertad. Quería, nada más, intentar vivir por ella misma sus últimos minutos.
Sin que nadie en la choza pudiese predecirlo, la niña rompió la coraza.
La anciana gritó, la madre se agazapó incrédula en el suelo, el padre soltó al bebé de los brazos...
La niña rió. Rió como nunca lo había hecho. Una risa profunda, sincera, pura y elemental. Una carcajada de libertad. Una risa propia...
Y luego estalló la esperada explosión



16/2/07